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Nunca he sido de ir a playas nudistas. No las entiendo. Tanta gente desnuda, junta, sin estar follando. Es como ir a la playa y que no te dejen meterte en el mar. Ilógico. En una playa nudista todos deberían follar con todos: o por lo menos permitir que la gente se masturbe mirándose los unos a los otros.
Recuerdo que, cuando era un adolescente, empecé a tener erecciones a los 15-16 años. Por lógica imagino que tuve que tener erecciones antes. Pero no las recuerdo. Estoy seguro que no las tuve antes. Recibía una religión ultra católica y vivía con mis abuelos en un ambiente anti sexual. Sólo recuerdo que en mi adolescencia, de pronto, comencé a sentir que algo me crecía dentro del pantalón y que eso me hacía sentir bien: demasiado bien. La siguiente vez que sentí aquello corrí hasta el baño, me encerré con llave, me bajé el pantalón y me la vi: mi polla se había puesto bellísima: mi polla era lo más monstruoso que había visto en mi vida… y me hacía sentir lleno de amor y de poder. Por un momento pensé avisar a mis abuelos para que me curasen. Pero, enseguida, descarté la idea. Yo quería esto. Quería vivir con este poder y sentimiento entre mis piernas. Quería que la gente viera esto. Pero no cualquiera: sólo me apetecía enseñarles eso a mujeres guapas. Y a cuantas más mejor.
Así que me iba a un parque: hacía que meaba frente a un árbol y, cuando pasaba una chica que me gustaba, me daba la vuelta de sopetón para que me viera el pito erecto. Algunas se asustaban porque pensaban que las iba a violar. No era mi intención. Sólo quería que vieran el milagro de mi pito erecto. Que celebraran conmigo eso que me estaba ocurriendo. Que alabaran mi polla. Quería que se acercaran y sintieran el placer que yo sentía. Sin embargo, me la guardaba de prisa dentro del pantalón y me iba corriendo. Porque sabía que lo que estaba haciendo estaba mal, que si alguna de esas chicas contaban a mis abuelos que les había enseñado mi polla erecta iba a pasar mucha vergüenza. Y que me iban a hacer contárselo a un cura para que Dios me perdonara.
La vida pasó, dejé de comportarme así. Comencé a follar con turistas (como puede leerse en “Diarios secretos de sexo y libertad”). Me gustaba enseñarles el pito erecto antes de meterme en la cama con ellas. Me bajaba el calzoncillo de sopetón cuando la tenía bien larga y dura: me gustaba ver sus caras cuando me veían la polla por primera vez. Me gustaba ver que les gustaba lo que veían. No tengo un pollón, me mide 18 centímetros pero sé que es suficiente: la tengo gorda y, a mi edad, he visto a demasiadas chicas llegando al orgasmo, con la boca desencajada, gracias a mi polla. Mi polla y yo somos un gran equipo. Inseparable hasta el final de mis días (espero). Yo sin mi polla no quiero vivir.
El único momento que me avergüenzo de mi polla es cuando estoy en las duchas de un gimnasio: en reposo mi polla se me pone chiquitísima, con el agua fría más. Los hombres me miran con pena y sin respeto. Nadie quiere hablar con alguien que tiene la polla tan chica. ¿Qué conocimientos puede tener un hombre con la polla chica? Ninguno. Un hombre con la polla chica sólo puede tener conocimientos informáticos. Y a nadie le apetece hablar de informática en las duchas de un gimnasio. Envidio a esos hombres que, en reposo, tienen una polla larga: que amenazan con duplicar su tamaño en los momentos de acción. Esas pollas que parecen decir: “cualquier mujer que me viera querría meterme en su boca, incluída tu madre o esposa. JÓDETE”. ¿Quién del gimnasio puede creer que mi polla tiene la capacidad de multiplicar diez veces el tamaño que presenta en reposo? ¿Cómo demostrarlo sin masturbarme delante de todos ellos? ¿Cómo seguir inscrito en ese gimnasio tras masturbarme delante de todos ellos? ¿Cómo explicarle a mi esposa que me echaron del gimnasio por masturbarme delante de un montón de culturistas para que me respetaran?
Por eso ayer, cuando mi esposa me dijo que íbamos a ir a una playa nudista, no me entusiasmó la idea:
—Tú ponte como quieras —avisé— pero yo paso de quitarme las bermudas.
—Es una falta de respeto ir a una playa nudista y no quitarse el bañador —contestó.
—La vida es una falta de respeto continua. Lo superarán.
Visitamos la playa de Somocueva (Cantabría). Nada más pisar la arena vi que no era una playa nudista al 100%. Más del 80% de la gente llevaba bañador. Eso me hizo sentir aliviado. No iba a ser el único en bermudas. Me encanta ir a la playa por dos motivos:
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Motivo uno.- En la playa todo el mundo está feliz y relajado. Soy hipersensible, para colmo llevo el cabello larguísimo. Cada pelo de mi cabello es una terminación nerviosa de mi cerebro. Por eso percibo muchísimo el estado de ánimo de la gente. Y me afecta, lo sufro. Una vez hasta casi me puse a gritar. Mi hipersensibilidad fue una de las razones por las que dejé de vivir en la capital de Madrid. Por culpa de la crisis todo el mundo anda por las calles con los ojos rojos, rabiosos, de mal humor. Cada vez que salía a la calle o entraba en el Metro me invadía la angustia. No soporto estar al lado de gente que está mal o que es malvada o reprimida o envidiosa. Pero en la playa: todo el mundo está relajado, descansado, de buen humor. Disfrutando. Siento la paz de todos ellos y mi paz se hace aún más grande.
Motivo dos.- Me gusta ir a la playa porque hay un montón de tías en tetas. Lo que más me gusta del mundo es ver tetas. Las tetas tienen algo hipnótico. Un coño es acción: hay que meterla por ahí, y sudar con fuerza, para poder disfrutarlo. Pero las tetas son belleza: se pueden disfrutar tan sólo mirándolas: tocarlas estropea el asunto. Admirarlas platónicamente es lo mejor que se puede hacer con un par de tetas. Lo máximo que debería de hacerse a una teta es besarla con delicadeza. Un par de veces en toda la vida. Toda la belleza de una mujer se concentra en su mirada y en sus tetas. A la mirada no la tocas, pues a las tetas tampoco. Si puedes ver esas dos cosas a la vez estás viendo lo más bonito del mundo. Si puedes ver esas dos cosas de un sólo vistazo estás viendo el alma de una mujer: conociendo su DNI y ADN. En la playa puedo ver eso casi todo el rato. ¡Y gratis! Encima me da morbo: las tías no suelen enseñarle las tetas a sus conocidos. Muchos sueñan con verlas como yo las estoy viendo justo ahora. Cuando miro a una tía en tetas siento (a traves de cada pelo de mi cabello) las ganas de todos los hombres que quisieron vérselas. Ver unas tetas me resulta algo sobrecogedor.
Llegamos a la playa. Mi esposa se puso en pelotas. Me dijo:
—No me decepciones. Déjate de complejos de vestuario de gimnasio. Yo sé cómo se te pone en la cama. Lo que piensen el resto de la humanidad de tu polla debe darte igual. Además en las playas nudistas nadie se fija en el sexo de nadie.
Pero mi esposa no entiende cómo se siente un macho cuando una chica mira a su polla y no siente admiración o temor. Además estábamos rodeados de chicas jóvenes. Todas esas chicas me iban a mirar la polla y a reírse. Tengo ya casi 40 años. Soy un viejo para ellas. Un viejo en pelotas. Un viejo en pelotas que no hace deporte. Ellas no saben que soy escritor, que sacrifiqué mi físico a cambio de poder parir una nueva novela de 410 páginas. Una novela que deja traumatizado a quien se la lee. Si les enseñaba mi polla iba a escuchar murmullos o risotadas sobre mi polla. Bah. Al carajo. No quería decepcionar a mi esposa. Ella sale desnuda en mi nueva novela, ahora me toca a mí desnudarme cuando ella me lo pida. No sería justo lo contrario. Tomé fuerzas de cuando era un adolescente exhibicionista: me bajé las bermudas y mostré mi polla a todas las tías que me rodeaban. Los cojones que “en las playas nudistas nadie se fija en el sexo de nadie”. Todas me la miraron. Pero para mi sorpresa no con risas. Muchas me la miraron y luego buscaron mi mirada: como cuando yo miro las tetas de las tías. Me sentí deseado, sentí que la balanza se equilibraba. Me la miraban con gusto.
Entendí que igual que yo puedo admirar unas tetas pequeñas 8y gustarme más que unas tetas grandes) a ellas también les gusta admirar una polla en reposo y luego mirar a los ojos de quien la porta. Que todas esas chicas no eran como los machitos de mi gimnasio: que como las mujeres llevan el cabello largo supieron percibir por dichas terminaciones nerviosas que yo era un follador y que aquella polla en reposo era LA POLLA. LA SAGRADA POLLA. LA POLLA POR LA QUE TANTAS MUJERES HAN LLORADO Y GEMIDO. Y ellas eran unas afortunadas por poder verla tan de cerca. Recordé a una modelo que conocí en un bar una vez. Me dijo que quería follar conmigo:
—¿Por qué conmigo? —le pregunté sorprendido.
—Porque tienes pinta de follar de puta madre.
¿Por qué sabía eso la modelo? Porque tenía experiencias vaginales en la vida y porque llevaba el pelo largo.
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Me tendí boca arriba. Pasaron a mi lado dos chicas. Me la miraron. Una dijo algo, no la entendí: su amiga contestó algo que contenía la palabra “piruleta”. Entendí que me la llamaban así porque me la querían chupar. “Piruleta” es algo que quieres chupar. Un “plátano” te lo comes. Una “piruleta” la chupas incansable, con gusto.
—Voy a dar un paseo —le dije a mi esposa.
Recorrí la playa lado a lado, con placer cuando me encontraba con alguna mujer que me miraba la polla. A las tías les gustan mucho las pollas. Me fije en las otras pollas que me rodeaban: la mía no era la más grande pero sin duda la que más triunfaba. Había otro tipo caminando por la playa y enseñando su polla: pero tenía un cuerpo que saltaba a la vista que jamás había trabajado duro, su cara era fea y de pobre hombre. Tenía una polla en reposo larguísima: una polla que hubiera triunfado en los vestuarios masculinos de un gimnasio: pero las chicas no se la miraban con deseo: porque percibían, gracias a los largos pelos de sus cabezas, que el tipo había venido a la playa a enseñar la polla: porque su polla en reposo era lo mejor de él. Lo único bueno que poseía. A todas luces era un inútil que encima follaba de pena. Un presumido sin nada de lo que presumir.
Sin duda, la mejor polla de toda la playa era la mía.
Y eso, lo percibía cualquier mujer con la que me encontraba.
Si hubiera habido un concursos de pollas en esa playa, la mía hubiera salido con el lacito de la victoria.
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