“Querido Rafa:
Te escribo para contarte una cosa que me pasó en los sanfermines de este año. No creo que me lo puedas explicar.
Los medios de comunicación no paran de hablar sobre los toqueteos a las tetas de las chicas, pero nadie habla ni siente curiosidad por el chico que está debajo de esas chicas. Sin nosotros ellas no podrían sentirse reinas enseñándoles las tetas a todo el mundo. Sin nosotros ellas no podrían salir en las portadas de los periódicos. ¿Quienes somos? Este año, en mi primer viaje a las divertidísimas fiestas de San Fermín, he podido fijarme en esos chicos. Los he reconocido. Son todos como yo. Chicos que hemos ocultado, bajo el disfraz de la amistad, nuestro amor hacia esas chicas. Las que subimos a nuestros hombros son las chicas de nuestros sueños. Chicos que hemos soportado meses y meses de relación esperando que esas chicas, un soñado día, nos digan:
—Te quiero.
¿Y por qué no le digo yo “te quiero”? Pues porque, tras haberme hecho amigo de ella, sé cómo le gustan los hombres, cómo mira a ese tipo de chico con el que, sin duda, se enrollaría. No. Yo no soy un hombre como el que a ella le gusta: altos, fuertes, chulos y cabrones. Yo soy un tipo normal, ni guapo ni feo, ni tonto ni empollón. Todo me lo juego a una carta: la madurez. Un día esa chica madurará, dejará de fijarse en tíos así, se fijará en mí ¿no? Eso espero. Por eso sigo a su lado, día a día. Esperando ese momento.
Pero lo que te escribo es para contarte lo que me pasó. Estábamos en mitad de la fiesta cuando la chica de mis sueños, mi amiga a la que le había ayudado a pagar el viaje para que fuera con sus amigas a los sanfermines (yo era el único chico de la expedición) me dijo, media borracha-alegre:
—Venga, súbeme.
Presentí lo que iba hacer y aunque me puse a temblar ante la visión no pude negarme. Subió sus piernas sobre mis hombros, con ayuda de sus amigas pude levantarme y ponerme de pie. Ella no está gorda, pero me pesaba mucho porque yo estoy flaco y no voy al gimnasio. No podía quejarme y quedar como una maricona sin fuerzas y sobre todo… Rafa… ¡Sentí su chocho en mi nuca! ¡Tenía pegado su chocho a mi nuca! ¡Ay! ¡Cómo desee, en ese momento, tener una mano o una lengua en mi nuca! Moví un poco mi nuca para masturbar a la chica, para ver si la excitaba y me atacaba: pero estaba quedando raro moviendo la nunca para los lados, tuve que parar. La chica de mis sueños empezó a beber vino de un cartón de “Don Simón”. Se lo echaba sin control sobre su boca y casi todo el vino caía sobre mi cara, sobre mis ojos… desde su boca. Me cegaba, pero a la vez me encantaba: era como besarla.
Fue entonces cuando sucedió. La chica de mis sueños se puso a gritar para llamar la atención y se levantó la camisa. ¿Cuántas veces soñé con verle las tetas? ¿Miles? ¿Millones? ¿Trillones? Todo el mundo le estaba viendo las tetas… todo el mundo menos yo. Yo no podía vérselas porque estaba debajo de ella, sosteniéndola. La chica de mis sueños enseñando las tetas a todo el mundo y yo abajo.
Una vez más yo era el chico que se quedaba sin disfrutar de ella. Estaba empalmado como un caballo. Su chocho en mi nuca y sus pezones en mi imaginación: al alcance de mis ojos para hacerlos realidad: para dejarlos de dibujar y de soñar con mi deseo. Entonces pasó algo peor. Todos los chicos que la rodeaban comenzaron a tocarle las tetas. Ella gritaba y reía: excitada, agradecida. Se dejaba. Para colmo sentí que alguien le bajaba los pantalones. La chica de mis sueños estaba en tanga sobre mí, alguien le masajeaba el culo y ella se dejaba. Yo abajo, tragando vino: aguantando a la mujer de mis sueños para que la tocara todo hombre que se le antojara.
Rafa, no pude más. La bajé, le dije que estaba cansado (no sé si me oyó). Y cuando estuvo a mi lado, ella ya tenía la camisa bajada, aunque empapada en vino. Entonces… ¡le toqué las tetas! Pero no fuerte y a lo bestia, como los chicos de la plaza, sino con suavidad, con amor. Podía adivinar sus pezones bajo la camisa, pero no vérselos. Juro que le toqué los pezones con una sonrisa en la cara, como queriendo ser parte de la fiesta. No entiendo qué pasó. La chica de mis sueños descompuso su cara…
…me gritó, me dijo que cómo me atrevía, que era un guarro.
Le contó a sus amigas lo que había hecho. Yo le dije que le acababan de tocar las tetas centenares de personas ¿Por qué no yo? Mis manos también eran parte de la fiesta. Ella pasó de responderme, me dijo que era un guarro, que eso era acoso. Sólo me razonó esto:
—Ellos me las pueden tocar porque no los conozco.
Tuve que irme. Sus amigas me miraban como si fuera un violador.
Temo el regreso al instituto. Lo que dirá de mí a nuestros compañeros de clase. A lo mejor se lo cuenta a su padre y este me pega.
¿Qué hago, Rafa?”